EL UNIVERSAL
HUIXTLA, Chis.— En Nicaragua le dijeron que aquí había un lugar llamado La Arrocera, y que era lo más espantoso del camino. Raúl Martínez recordó la advertencia al descender de la combi donde viajaba con otros ocho inmigrantes centroamericanos, antes de llegar a la caseta de revisión de El Hueyate, 45 kilómetros al norte de Tapachula. “Se me había olvidado lo que me contaron al salir: que ahí ocurren asesinatos, que te agarran y te desnudan, que violan, que te hacen lo que quieren. Y sentí temor”.
La Arrocera debe su nombre a una antigua bodega de granos construida a la orilla de la carretera, ya en desuso, pero en realidad es el ejido Aquiles Serdán, cuya vocación formal ha sido el cultivo de café. Comprende un terreno de vegetación densa, surcado por caminos de extravío, al pie de una cadena montañosa en el municipio de Huixtla, desde cuyas mesetas los asaltantes acechan el paso de quienes se internan. Lo que ocurre en ese trayecto de unos seis kilómetros de largo le ha dado fama, por la manera despiadada con que se ataca a niños, mujeres y hombres.
“La violencia en ese punto es atroz y ha ido en aumento”, dice Fermina Rodríguez, directora del Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova, en Tapachula. “Hemos visto que los habitantes circunvecinos hallaron en los migrantes un modus vivendi. En La Arrocera se ha perdido cualquier vestigio de solidaridad hacia los centroamericanos”.
El Instituto Nacional de Migración (INM) reporta la captura de 700 indocumentados cada mes, desde principios de 2009. Es una cifra que revela poco, de acuerdo con el cónsul de El Salvador en Tapachula, Nelson Cuéllar. Nadie lleva un conteo preciso de las legiones que cruzan por esa trampa, afirma. Pero en el municipio de Arriaga, a 300 kilómetros, en los linderos con Oaxaca, Carlos Bartolo Solís, administrador del Hogar de la Misericordia, albergue al que llegan quienes han sobrevivido a La Arrocera, calcula que cada año pasan por ahí unos 200 mil centroamericanos.
No es una suma definitiva, aclara, pero “sí muy real”. Y de esa cantidad de peregrinos, autoridades y derechohumanistas han concentrado testimonios que les llevan a concluir que 80% de quienes se internan por esas brechas sufre alguna agresión.
Raúl Martínez, de 36 años, se internó a esa zona de muerte a las 4:30 de la tarde del domingo 8 de marzo. Avanzó con sus ocho compañeros de viaje unos 200 metros hacia lo más tupido de la vegetación. De pronto, todos Ingresa a la nota completa
No hay comentarios.:
Publicar un comentario